Contra la depresión post-vacacional, ¡amotinamiento!

Cómo cuesta volver de las vacaciones… Uno llega descansado, con la cabeza aún retozando entre placeres estivales, moreno, con algo de sal marina aún en los labios, y se encuentra con que hay que volver a la oficina y a la rutina. Como a las galeras. No es sencillo. Pero hay algún truquillo para hacer que sea más llevadero. Al menos a mi me funcionan y por lo menos consigo evitar lo peor del “bajón post-vacacional”. Uno es intentar recuperar la rutina, los horarios, unos días antes de empezar a trabajar. Incluso hacer alguna cosa del trabajo, si eso es posible, algo que sea sencillo en todo caso. Así uno ya se va haciendo a la idea, pero sigue estando de vacaciones, y tiene bastante tiempo libre para amortiguar el “golpe” y decirse “bueno, esto es porque quiero, en un rato lo dejo y me voy al parque”. Otro, durante la primera o primeras dos semanas de trabajo, es reservar algo de tiempo para hacer alguna cosa que nos guste, pero que no hagamos desde hace tiempo, como ir a un concierto, al cine, o a ver una colección de cabezas jíbaras. Sobre todo si se sale de lo habitual, tendrá el efecto beneficioso de hacernos sentir que el “gris no lo cubre todo”. Y por supuesto, si en nuestro trabajo podemos optar por hacer algo que nos resulte especialmente estimulante, como empezar un nuevo proyecto, pues aún mejor.

Pero bueno, que yo he venido a aquí a hablar de cosas menos prosaicas, y esto parece sacado de un libro de auto-ayuda. Venía a dar otro tipo de remedio, menos razonable, contra la depresión post-vacacional. Me refiero a huir. Sí, directamente la evasión consciente de la realidad como remedio, ni más ni menos. Al menos a ratos. En estas vacaciones he disfrutado del mar, así que quería alguna “evasión” que me evocase el océano, y la aventura que lleva implícita. Así me decidí por una película inglesa de 1984, protagonizada por Mel Gibson y Anthony Hopkins (soberbio, como siempre), “The Bounty”, o “Rebelión a bordo”, como se tradujo en España. Se trata de una excelente película de acción naval dirigida por el director neozelandés Roger Donaldson (mi favorita del género sigue siendo, de todos modos, “Máster & Commander”, protagonizada por Russell Crowe; seguro que la conocen).

“The Bounty” narra la legendaria, pero real, historia del motín que tuvo lugar a bordo del HMS Bounty, un barco de bandera inglesa, a finales del siglo XVIII. No es la única película que se ha rodado sobre los hechos, siendo la más famosa, quizá, la protagonizada por Marlon Brando, pero esa aún no la he visto.

Capitaneada por el Teniente Bligh, la misión de la Bounty era recolectar plantas de frutipán en Tahití, y llevarlas a Jamaica, donde la Corona británica quería usarlas como alimento barato para los esclavos de las plantaciones (esto es en el año 1788, y ya no se puede hacer. Lo del esclavismo, digo. Lo aclaro por si lo está leyendo algún legislador…).

En la película, lo primero que vemos es como Bligh comparece ante un tribunal naval para responder por el amotinamiento de su tripulación. La acción principal, el viaje y todo lo que aconteció en él, se desarrolla entonces como un flashback prolongado, interrumpido por ocasionales vueltas al presente, en la sala del tribunal.

El barco salió de Inglaterra en diciembre de 1787, con rumbo Sur-Oeste, pues la intención inicial era circumnavegar el globo, doblando el cabo de Hornos (siempre me pregunto si lo de “Cabo de Hornos” es una mal traducción de “Cape Horn”, aunque prefiero el nombre en inglés, en cualquier caso), para llegar hasta Tahití en el centro del Pacífico. Desde ahí, seguirían hacia el Oeste, pasando por Australia, y después Java, para cruzar el Índico, doblar el Cabo de Buena Esperanza, cruzar el Atlántico, y por fin, llegar a Jamaica antes de la cena, que los esclavos tendrían que estar ya caninos para ese entonces. Pero los planes no salen según lo previsto, y un temporal les impide doblar Hornos. Así que media vuelta y proa al Este, rumbo hacia Buena Esperanza.

Casi un año después de haber partido de Inglaterra llegan finalmente a Tahití. Ahí les reciben los nativos en sus canoas, con sus tocados de hoja de palmera, sus tambores y sus mujeres hermosísimas, y todos más contentos que unas pascuas, como si hubieran llegado los mismísimos Reyes Magos. Y atención, las mujeres van con los pechos al aire. A ver, después de estar un año prácticamente encerrados en el barco, salvo la ocasional paradita para mear en algún puerto, esa visión debió ser más que turbadora. De hecho, la película contiene una escena de masturbación colectiva (y pública) durante una danza/ritual-erótico-de-la-fertilidad en la que queda bien claro que los hombres iban faltos de cariño, como es comprensible.

¡Tetas a la vista!

El caso es que la estancia en la isla se prolonga, porque han de esperar a vientos favorables para emprender el viaje de vuelta, y la tripulación aprovecha para dedicarse en cuerpo y alma a los placeres que les ofrece aquel paraíso terrenal. Así que se echan «novias», y se da a entender que la disciplina marinera se disipa.

Disfrutando del clima y los placeres de Tahití

Pero aún no hemos hablado del otro protagonista de esta historia, Fletcher Christian. Amigo de Bligh, durante la travesía a Tahití es ascendido a segundo de abordo, después de que Bligh perdiera la confianza en John Fyer (Daniel Day-Lewis) durante la tempestad en Cabo de Hornos. Fletcher es retratado como un oficial respetado y querido por la tripulación, un hombre carismático. Esto contrasta con Bligh, un hombre disciplinado hasta el extremo, inflexible, que representa una ley cuya legitimidad es garantizada únicamente por una Corona que está al otro lado del globo. Christian es un hombre de carne y hueso, y Bligh es un uniforme. Estoy simplificando mucho, el retrato de sus personalidades es mucho más rico que esto que estoy diciendo, por suerte, pero para eso mejor vean la película, que de eso se trata.

En la isla, Fletcher se enamora de Mauatua, hija del rey Tynah. Mauatua es interpretada por Tevaite Vernette, una preciosidad polinesia cuyo única película es ésta (en el facebook tiene 34 amigos, y le gusta Norah Jones… ). Su interpretación, aunque «sencilla», me parece convincente, y uno no puede evitar enamorarse de ella cuando sale en pantalla. Sobre todo cuando sonríe. Encarna a la perfección la belleza sensual, inocente de todo pudor, e irresistiblemente atractiva, de una Eva en el Paraiso. Una Eva con cocos en vez de manzana, que se enamora y se entrega de manera tierna, sin reparos ni condiciones, al «hombre blanco», atractivo y fuerte, que se hace tatuajes como un nativo más.

¿Y quién no se enamoraría de ella?

Fletcher y Mauatua se casan, aunque él ha de volver a Inglaterra. Poco antes de la partida, unos cuantos marineros (entre ellos Charles Churchill, interpretado por Liam Neeson) deciden desertar y quedarse en la isla. Eso es tomarse la depresión vacacional por las bravas, y lo demás es bobería. Pero no tardan en ser encontrados, y son ajusticiados a latigazos en la cubierta del barco, mientras las nativas, desde sus canoas, se arrancan los cabellos y lloran desconsoladamente por la brutalidad del castigo y la partida. La tensión entre Bligh y la tripulación sigue en aumento.

La noche antes de partir hacia Jamaica, Fletcher rema, a escondidas, hasta la isla para tener un último encuentro con Mauatua. Ella le pregunta si volverá y él le da su reloj de cadena por respuesta.

«Please don’t go»

En la travesía de vuelta, Fletcher se muestra abiertamente refractario a las órdenes, cada vez más arbitrarias, de Bligh, quien intenta, sin éxito, recuperar la amistad o al menos el respeto de su primer oficial, mientras sigue cultivando el odio de buena parte de la tripulación. Lo que en la película termina de acabar con la paciencia de los marinos son los planes de Bligh de intentar nuevamente doblar Hornos, con el peligro que conlleva, para así completar la vuelta al Mundo. Aquí la película se aleja de los hechos históricos, pues Bligh tenía órdenes precisas de volver por la ruta del Índico, hacia el Oeste, para así evitar el frío del Atlántico Sur, que habría echado a perder los brotes de frutipán.

De cualquier forma, Fletcher y unas dos docenas de hombres meten a punta de trabuco al Capitán Bligh y otros que le eran fieles en un bote de 7 metros, sin cartas de navegación, y los dejan a su suerte en medio del océano. El viaje de Bligh y sus hombres cobra entonces dimensiones épicas, navegando durante 47 días hasta Timor, en un recorrido de más de 6000 km. Recuerda un poco a la -también épica- travesía en bote de Sir Ernest Shackleton desde Isla Elefante hasta las estaciones balleneras en la isla de Georgia del Sur (1916), tras quedar su barco, el Endurance, atrapado en el hielo de la Antártida. De hecho, en un momento del viaje, Bligh arenga a sus hombres con un discurso que me recordó al anuncio por palabras con el que Shackleton contrató a su tripulación. En éste se ofrecía «un viaje peligroso, bajos sueldos, meses de completa oscuridad, frío intenso, peligros constantes, y un retorno dudoso», pero «el honor y el reconocimiento en caso de éxito». Bligh también les garantiza el dolor y el sufrimiento a sus hombres, pero a cambio les promete la supervivencia si hacen lo que dice. Lo llaman técnicas de motivación, y a ambos parece (que al menos en alguna ocasión) les funcionó.

Si quieres reclutar hombres de valor, tienes que saber llamar su atención.

Como justo reconocimiento a Bligh, hay que decir que en el viaje a Timor sólo muere uno de los hombres, a pedradas de los nativos, en una isla en la que paran para aprovisionarse de agua y alimentos. Pero el resto llegó con vida hasta su destino. En la película no se cuenta, pero éste no fue el único amotinamiento que tuvo Bligh en su carrera dentro de la Armada Inglesa, y también sufrió una revuelta (la llamada «Revolución del Ron») cuando fue gobernador de Nueva Gales del Sur. Está claro que era un hombre con dificultades para ejercer el mando.

Por su parte, Fletcher tampoco lo tuvo fácil. Volvió a Tahití con los que le eran fieles, y unos pocos que eran leales a Bligh pero no cabían en el bote donde metieron al capitán. Allí recogió a su mujer, y junto con otras mujeres y nativos (se dice que en realidad los secuestraron), él y sus hombres partieron hacia alguna isla donde no pudiera encontrarles la justicia inglesa. El viaje, que no estuvo exento de dificultades, ni de amenazas de amotinamiento (como le advierte Bligh que pasaría antes de bajar al bote salvavidas), les lleva a una pequeña y remota isla no cartografiada, Pitcairn, en el Pacífico sur. Cuando llegan queman la nave, literalmente, para que nadie tenga la tentación de volver a la «civilización» y delatarlos, y para no ser vistos. Allí consiguieron eludir a la justicia, al menos por unos cuantos años.

Hoy en día, en la isla de Pitcairn aún viven descendientes de Fletcher, sus hombres y los nativos que viajaron con ellos, como atestiguan los apellidos de las 4 familias (menos de cincuenta personas en total) que áun la habitan. Los restos de la nave incinerada yacen en el fondo de «Bahía Bounty». Sobre Fletcher, no se sabe con certeza cuál fue su destino, y hay quien dice que terminó sus días en Inglaterra.

En definitiva, una película muy recomendable, con un reparto excepcional, una fotografía espectacular, y una banda sonora, de Vangelis, hipnótica. Una manera barata de escapar hasta los mares del sur, y conocer una historia realmente fascinante.

Sobre otras películas que he visto últimamente para soñar con lugares exóticos, como “Moby Dick” y  “La noche de la Iguana», ambas de John Huston, quizá escriba en otro momento. Por cierto, en la segunda, una preciosa Sue Lyon, quien hizo de Lolita en la película homónima de Kubrick, y repite como seductora adolescente, intenta convencer al atormentado reverendo Shannon (Richard Burton) de que huya con ella hasta algún lugar perdido donde no pueda encontrarles su padre, como hicieron «Christian y su nativa».

De lo que sí pienso escribir con seguridad, cuando lo termine, es de un libro que comencé hace poco, y con el mismo deseo de seguir junto al mar, aunque sea en el pensamiento. Se trata del “Mar de Cortez”, de Steinbeck. Pero de eso les hablo otro día.

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